miércoles, 29 de abril de 2015

SANTIAGO, EL ARGENTINO

SANTIAGO, EL ARGENTINO

Se para y me dice que el tema que suena es triste, con sonidos como los videojuegos de antes. Me saca una sonrisa. Acota que es triste y me pregunta si estoy romántico o me pasa algo parecido. Sonrío de nuevo y le contesto que "no sé lo que es ser romántico," que soy bastante frio, como mi padre. Me contesta que el si lo es, pero que si hay que meter pico, pala y martillo también lo hace.
Quiere saber si alguna vez le escribí a una chica. Mi respuesta es que a dos, una hace un buen tiempo y otra hace muy poco, reciente, con resultados buenos y malos.
Me invita un brebaje para el frio. Es agua bien helada con alcohol común y harina de maíz. Juro que probé bastantes cosas ricas y algunas como estas. Me quema. Se ríe de mí. Si su propósito era que me suban todos los calores juntos, que se quede tranquilo, lo está logrando.
Hoy no tiene el pañuelo azul que le cubre la cabeza, se afeito y el buen humor se le nota desde lejos. Tiene zapatillas onda trekking, un pantalon que le queda grande y por las dos tazas que veo a su lado, esta antojado de tomar té.
Llega una viajera con demasiadas ganas de hablar para mi gusto. Me cuenta que se peleó con su hermano, que estaba en un lugar mejor y más lindo que este. Habla y pelea por teléfono con su padre. Me aburre. Me importa poco lo que me dice y me pongo en off. Tengo una canción en la cabeza que me llego junto a unas líneas inesperadas a mi casilla de mail anoche. Se me pego. Me la enviaron con la premisa que tiene teclados espaciales, como a mí me gustan los temas, para que cree  el clima y así poder leer las líneas. A quien me lo envía le había escuchar el tema en una juntada de verano, con amigos con mates de por medio, en una callecita de tierra con bosque, de esas lindas, que dan aire fresco y sombra los días de calor. La canción me suena a que me despide, las líneas no. El tema es Hoy no de Entre Ríos. No tengo idea con que quedarme. Ese día me aparto mientras escuchábamos Hoy no y me dijo que comprendía todo. Que mi mirada de amigo no podía cambiarla y así entendía que estaba bien. Que me esperaría como yo a Chica de oro. Me lo dijo sentada, se paró, agarro la cámara y saco una foto al cartel de la calle: “Te lo dije acá”, fueron sus palabras y guardo la cámara.
Hay un mail más, pero un poco confuso. La imagino algo melancólica. Ojala que no, ya que mañana tiene un cumpleaños y no sería lo correcto estar en una fiesta así. Esa es mi corta respuesta a sus líneas, seguida de buenos deseos.
Me levanto y voy al baño. A la vuelta, le comento a Santiago la situación. Larga una carcajada. “El amor en tiempos modernos, todo por PC”, me dice. Me da dos opciones: en la primera me defenestra, me trata de boludo, lo cual asienta en mí que ya es un argentino más. Me dice que no debía perder oportunidades con las mujeres, mas está siendo linda y buena como le conté. En la segunda me banca un poco más, entendiendo que actuando como lo hice, me quedaba más tranquilo conmigo. “Chica de Oro es la segunda a la que le escribí, también la del resultado adverso”, le digo. Me sirve más de la bebida que no quiero. ¿Me quiere hacer hablar?
Chica de Oro me parece fantástica en todos los sentidos salvo cuando se pelea con su madre o se preocupa demasiado. Cuando se preocupa se brota, le salen algunos granitos en la cara que para mi desgracia, hasta le quedan bonitos. No me agrada que se pelee con su madre porque tal vez la relación con la mía sea extremadamente humana. Me dispara al cielo cuando habla de cuando era niña o se acomoda el pelo.
Afuera llueve como nunca. La nieve se deshace. En este rato juntos, la música que do a mi cargo. En el playlist salta Knights of Cydonia de Muse y a mi me dan ganas de agitarla. Siento de ganas de pararme y empezar a saltar, de empujar a Santiago, de que la viajera se calle y venga a saltar conmigo también.
Pero no, debo ir a retocarme el bigote porque ya se aproxima mi salida a un nuevo destino.
Me llevo todo el jazz que me dio y le prometo ponerlo en el restaurante cajetilla donde trabajo.
Me avisa que estoy en problemas, no solo por el agua que se ve caer por las ventanas, sino también por si su brebaje me hace efecto y porque me acaba de fallar uno de los cierres de la mochila.
Me despide. Me voy lleno de flores. También de flores de verdad para el camino. Me regala un ramito del bosquecito de afuera envuelto en papel violeta. Es un gesto divino de un hombre hacia un hombre. ¡Que buen gusto! Yo hubiera caído en la banalidad de lo común.
Me abraza y sospecha que no van a llegar en estado hasta que vea a Chica de Oro, afirma que hubiera sido bueno que le de el ramito. “Entonces será la decoración de mi próxima habitación”, le respondo.
Camino con las flores en la mano bajo la lluvia. Yo voy feliz. Me salgo de la imagen y la veo de afuera. Pensaría que alguna cita salió mal. Flores en la mano, lluvia. Pero no, y a favor tengo que no me da vergüenza caminar con flores por la calle. Nunca lo había hecho. Es un debut absoluto para mi todo esto.
Imagino a mis amigos cuando les cuente que un hombre me regalo flores. Ellos tienen una forma de divertirse muy de hombres, es decir: alguien dice algo y atrás viene un grito de “ohhhh!”. Yo me prendo en esa también. Somos medio cavernícolas. Me gusta.
Me voy con la imagen de él y los perros despidiéndome. Me siento un vaquero querido.
No es que sea el engreído del oeste, pero se va a aburrir hoy. Esa viajera tiene demasiados problemas para estar de vacaciones e intuyo que será su oído hoy. Tal como lo fue para mí.


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