SANTIAGO, EL
ARGENTINO
Se para y me dice que el tema que suena es triste, con sonidos como los
videojuegos de antes. Me saca una sonrisa. Acota que es triste y me pregunta si
estoy romántico o me pasa algo parecido. Sonrío de nuevo y le contesto que "no
sé lo que es ser romántico," que soy bastante frio, como mi padre. Me contesta
que el si lo es, pero que si hay que meter pico, pala y martillo también lo
hace.
Quiere saber si alguna vez le escribí a una chica. Mi respuesta es que
a dos, una hace un buen tiempo y otra hace muy poco, reciente, con resultados
buenos y malos.
Me invita un brebaje para el frio. Es agua bien helada con alcohol
común y harina de maíz. Juro que probé bastantes cosas ricas y algunas como
estas. Me quema. Se ríe de mí. Si su propósito era que me suban todos los
calores juntos, que se quede tranquilo, lo está logrando.
Hoy no tiene el pañuelo azul que le cubre la cabeza, se afeito y el
buen humor se le nota desde lejos. Tiene zapatillas onda trekking, un pantalon
que le queda grande y por las dos tazas que veo a su lado, esta antojado de
tomar té.
Llega una viajera con demasiadas ganas de hablar para mi gusto. Me
cuenta que se peleó con su hermano, que estaba en un lugar mejor y más lindo que
este. Habla y pelea por teléfono con su padre. Me aburre. Me importa poco lo
que me dice y me pongo en off. Tengo una canción en la cabeza que me llego
junto a unas líneas inesperadas a mi casilla de mail anoche. Se me pego. Me la enviaron con
la premisa que tiene teclados espaciales, como a mí me gustan los temas, para
que cree el clima y así poder leer las
líneas. A quien me lo envía le había escuchar el tema en una juntada de verano, con amigos con mates de por medio, en una callecita de tierra con bosque, de
esas lindas, que dan aire fresco y sombra los días de calor. La canción me
suena a que me despide, las líneas no. El tema es Hoy no de Entre Ríos. No
tengo idea con que quedarme. Ese día me aparto mientras escuchábamos Hoy no y
me dijo que comprendía todo. Que mi mirada de amigo no podía cambiarla y así entendía
que estaba bien. Que me esperaría como yo a Chica de oro. Me lo dijo sentada,
se paró, agarro la cámara y saco una foto al cartel de la calle: “Te lo dije
acá”, fueron sus palabras y guardo la cámara.
Hay un mail más, pero un poco confuso. La imagino algo melancólica. Ojala que no, ya que mañana tiene
un cumpleaños y no sería lo correcto estar en una fiesta así. Esa es mi corta
respuesta a sus líneas, seguida de buenos deseos.
Me levanto y voy al baño. A la vuelta, le comento a Santiago la
situación. Larga una carcajada. “El amor en tiempos modernos, todo por PC”, me
dice. Me da dos opciones: en la primera me defenestra, me trata de boludo, lo
cual asienta en mí que ya es un argentino más. Me dice que no debía perder
oportunidades con las mujeres, mas está siendo linda y buena como le conté. En
la segunda me banca un poco más, entendiendo que actuando como lo hice, me
quedaba más tranquilo conmigo. “Chica de Oro es la segunda a la que le escribí,
también la del resultado adverso”, le digo. Me sirve más de la bebida que no
quiero. ¿Me quiere hacer hablar?
Chica de Oro me parece fantástica en todos los sentidos salvo cuando se
pelea con su madre o se preocupa demasiado. Cuando se preocupa se brota, le
salen algunos granitos en la cara que para mi desgracia, hasta le quedan
bonitos. No me agrada que se pelee con su madre porque tal vez la relación con
la mía sea extremadamente humana. Me dispara al cielo cuando habla de cuando
era niña o se acomoda el pelo.
Afuera llueve como nunca. La nieve se deshace. En este rato juntos, la
música que do a mi cargo. En el playlist salta Knights of Cydonia de Muse y a
mi me dan ganas de agitarla. Siento de ganas de pararme y empezar a saltar, de
empujar a Santiago, de que la viajera se calle y venga a saltar conmigo
también.
Pero no, debo ir a retocarme el bigote porque ya se aproxima mi salida
a un nuevo destino.
Me llevo todo el jazz que me dio y le prometo ponerlo en el restaurante
cajetilla donde trabajo.
Me avisa que estoy en problemas, no solo por el agua que se ve caer por
las ventanas, sino también por si su brebaje me hace efecto y porque me acaba
de fallar uno de los cierres de la mochila.
Me despide. Me voy lleno de flores. También de flores de verdad para el
camino. Me regala un ramito del bosquecito de afuera envuelto en papel violeta.
Es un gesto divino de un hombre hacia un hombre. ¡Que buen gusto! Yo hubiera
caído en la banalidad de lo común.
Me abraza y sospecha que no van a llegar en estado hasta que vea a
Chica de Oro, afirma que hubiera sido bueno que le de el ramito. “Entonces será
la decoración de mi próxima habitación”, le respondo.
Camino con las flores en la mano bajo la lluvia. Yo voy feliz. Me salgo
de la imagen y la veo de afuera. Pensaría que alguna cita salió mal. Flores en
la mano, lluvia. Pero no, y a favor tengo que no me da vergüenza caminar con
flores por la calle. Nunca lo había hecho. Es un debut absoluto para mi todo
esto.
Imagino a mis amigos cuando les cuente que un hombre me regalo flores.
Ellos tienen una forma de divertirse muy de hombres, es decir: alguien dice
algo y atrás viene un grito de “ohhhh!”. Yo me prendo en esa también. Somos
medio cavernícolas. Me gusta.
Me voy con la imagen de él y los perros despidiéndome. Me siento un
vaquero querido.
No es que sea el engreído del oeste, pero se va a aburrir hoy. Esa
viajera tiene demasiados problemas para estar de vacaciones e intuyo que será
su oído hoy. Tal como lo fue para mí.
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