Mientras decidíamos la hora en que
tomaríamos el colectivo, yo andaba comprando unas manzanas, una
lechuga y algunos tomates para preparar unos sanguchitos que nos
dieron base para nuestra salida. Siempre compro en la esquina, a
unas cuadras de casa. Me gusta un poco mas cuando entro y no hay
gente comprando. No de impaciente o apurado, sino porque las viejas
del barrio no tratan del todo bien a los que venden ahí. Las viejas
de mi barrio son bastante ventajeras. Como algunos en mi trabajo y
alguna que otra persona cercana mía. Las viejas de mi barrio compran
de sandalias altas y sonrisas acartonadas, así como cuando yo me
olvido las medias usadas del trabajo en la mochila por algunos días.
Deberían ser mas amables con los que atienden, estos no son de los
que suman mentalmente y te dicen lo que tenes que pagar sin anotarlo
en ningún lado. Alguna vez habría que terminar con esa mafia de
verduleros. Salir a comprar así hace que el barrio pierda la
esencia, aun estando no del todo en sobre la costa. Generalmente
salgo a comprar con lo primero que encuentro, lo que alguna vez me
lleva a generar alguna que otra combinación inexacta. Adentro hay
una nena jugando en el piso, que se ve, que por los rasgos, debe ser
hija de algunos de los que atienden. Un tele prendido en un programa
de una mina que jugo a ser vedette y ahora juega con los pibes, me
hace recordar que en el mio se ve igual de mal y un gato al lado de
los maples de huevo completan el panorama. Mientras me tiro unos
mensajes futboleros con Lucas, le aviso que tengo todo y que solo
resta esperar que sea la mañana siguiente para tomar el colectivo
que nos lleve al sur. Nuestro plan es bien simple y siempre lo sera,
al sol todo es mejor. Así empiezan nuestras mañanas de ciencia
ficción. La verduleria queda a unos metros de la casa de Preto. Preto
es un loco del laburo. Ni siquiera es morocho, pero le digo Preto. Al contrario, tiene un rubio de mezcla que viene de el y cloro de tanta pileta. Una mezcla entre un actor hollywoodense y el Checho Batista. El que calma a las fieras cuando la cosa se
complica. Cuando la mano viene pesada, mis palabras son: “Preto,
sali a calmarme a las fieras”. El encanta con los sonidos mientras
sus manos se deslizan en las teclas. Baja la ansiedad de todos,
incluso la mía. Alguna versión beatle en piano salida de sus manos
mas de una vez me hizo trastabillar el pulso. Se siente lindo. Ayer
estuvimos hablando un poco. Estaba Preto, El Ninja y yo. El Ninja es
otro del laburo, le decimos asi porque entrena Jiu Jitsu, pero para
nosotros si haces alguna arte marcial pasas a ser ninja
automáticamente. No distinguimos especialidades. Es mas, te
imaginamos con traje y tirando estrellitas de manera descomunal.
Carga con el récord de una pelea perdida, pero para nosotros es
invencible. Los tres andábamos medio con mal de amores, y
coincidíamos en que el hombre también necesita de cierta atención.
Cosa que seguramente hace algunos años atrás jamas hubiera salido de
nuestras bocas. Preto cruza las piernas de modo masculino sentado
frente a El Ninja, pose totalmente opuesta a mi que las cruzo en modo
femenino, como chica con pollera corta. Yo estoy parado apenas unos
metros, balanceándome sobre la pared, con las manos detrás de mi
cuerpo. Preto nos cuenta que su hijo salio anoche, que le asusta la
edad y sus inicios en la exploración sexual. Entonces se frena y
cuenta del que según dice, fue su primer acercamiento sexual. Estaba
en la cola del Italpark, por entonces, el vivía en Capital. En la
cola para el Zamba, había una chica algo descompuesta, que no tuvo
mejor hecho que empezar a desvanecerse sobre Preto, para este sentir
que algo estaba cambiando. Recuerda que tenia una pollera como la de
los colegios privados. Que se avergonzó entre sus nervios y olor a
semen. Que se tomo de inmediato el 106 que lo lleve a su casa para
limpiarse y también para recordar.
El colectivo tiene algunos asientos
vacíos, lo que hace que estemos ligando de movida. Una señora que no
deja de hablar por celular, fuerte y a los gritos, nos pone en aviso
que el comienzo fue fácil, pero que deberemos soportarla a lo largo
del camino. Saca los trapos al sol, como para colgarlos en la
ventanilla, tal como los programas esos de la tarde donde importa mas
que tiene puesto uno que en lo que realidad es. Lo mas bananero,
explicitamente hablando, de los medios.
Le dejo el asiento del lado de la
ventana, porque su abuelo siempre dice que “la mujer debe ir
sentada del lado de la ventana y en la calle, ir del lado de adentro
de la vereda”. Yo tome nota de lo que me contó y cumplo con las
sentencias ancestrales que arrastra.
Es temprano y hay poca gente en la
costa, casi que es toda para nosotros, pero como el sol al parecer no
dara tregua, en un rato seguramente estaremos rodeados de gente.
Caminamos con rumbo mas al sur, para el lado del muelle, ahí donde la
gente saca los celulares y las cámaras. Dejamos algunas calcos de
Lluvia de Pastelitos pegadas de manera que alguien pueda verlas.
En el muelle ya hay algunos pescando,
baldes tirados, la pileta que da a la punta, con algunas manchas de
sangre ya que a veces la gente descabeza ahi los pescados que saca
del mar. Del otro lado, mas desorden. Se saca el abrigo porque ha
subido el calor. Se queda en calzas y una remera azul. Compramos unos
cubanitos mientras vemos como las olas van y vienen, algunas con
furia y con ganas de romper de una vez las barrancas que algunas de
ellas fueron comiendo de a poco. Encaramos hacia el bosque, porque
aca queda todo a mano, mar y bosque. En principio, tomando un atajo
incorrecto. Mi idea de acortar camino al parecer no resultara.
Entonces la distraigo hasta encontrar una idea mejor. Las palabras de
su abuelo ahora me resuenan como que debe acompañarla un hombre que
sabe de donde viene y a donde va. Y por este instante bien podría
decir que estoy algo perdido.
Los arboles nos reciben asi de altos,
con todo el verde de la primavera que nos refresca luego de caminar
por algunas horas. Ella pasea en su traje de carpincho, descalza.
Envuelta en espinas que a veces no me deja descifrarla. Usamos
nuestras mochilas de almohada y vemos desde abajo como los arboles
menean sus copas. Avergonzados, se esconden de su luz moviéndose de
aquí para alla. Puro ritmo y sustancia. Le digo que estos dias
anduve escuchando algunos discos que traía atrasados y leyendo
algunas poesías de un libro que anduve rastreando en una compra –
venta cerca de casa. Me dice que después del trabajo tengo que dormir
y no quedarme haciendo eso. Me lo repite siempre. Me cuenta de sus
miedos y le cuento de los míos. Creo que nos faltan mas días así.
Juego con algunas ramas entre mis manos. Se abre, se tira sin
paracaídas. Quizás el viento que esta surgiendo este ayudando. Quiere
sacarse su disfraz de una vez, pero hoy al parecer no le alcanzara el
valor pero si el estar compartiendo.Y eso es demasiado. Hablamos de
manera que si tuviéramos que mentirle a alguien, no seria a nosotros.
Tengo ganas de hacer todo, incluso pelearme, solo para demostrarle
que tengo ganas de todo lo que nos dijimos recién. Así son mis
ganas de todo. Quiero mirarla a los ojos otra vez antes de que sus
parpados se cierren. Que el viento no se lleve las palabras.Que ahora
si, que lo ha escuchado todo, cierre los ojos y sus labios pintados.
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