jueves, 25 de febrero de 2016

El desvelo

Lucho vino a cortarme el pelo y se dio con unas fotos en mi mesa. El loco siempre anda de integro negro a pesar del calor. Yo estoy más que en otra y soy un anfitrión colgado y austero que ni siquiera le invita un vaso de agua. Entonces me lo pide, pido disculpas por mi cuelgue y preparo unos mates. El siempre supone que si estoy en un estado que no es el de siempre, lo es por mi trabajo. Conoce bien el lugar, por eso siempre lleva para ese lado su pensamiento. Me pregunta si no quiero volver al corte que tengo en la foto, que ahora volvió y que capaz me había adelantado a la época. Le digo que no, que el que tengo ahora me permite no peinarme hace como unos 3 años y está bien. Que me gusta que el jopo se me vuele, así como cuando Altocamet en ese temazo que es “Paciencia” le canta a la chica que le gusta, “ansío tu viento volando mi peinado”, formando una imagen extremadamente marplatense y de cariño, trayéndome a la cabeza alguna que otra tarde de costa con la del peludito color uva. El corte es de algunos unos años atrás. Elogia el pop que inunda las fotos, dice que parece la de esas bandas en crecimiento con un poco de bombo de la rolineston y voces súper editadas. Y también que le parece conocer a la chica que está conmigo. Le digo que es muy posible que la conozca porque Loló es de esas personas que vive en la calle sin ser indigente. La foto es un poco lejos de casa. La sacó ella después de una situación nada cotidiana. Se estaba fumando un porro, bueno, en realidad un par, y tenía un par más en la mochila. Sus primeras cosechas no habían sido de las mejores, por lo que los olores despedidos no eran más que eso, olores, pero les puedo asegurar que de los horribles. Un patrullero paró frente a nosotros y nos pidió que nadie tire nada. Que se lo diera y estaría todo bien. El policía bien flaco y con gel en el pelo a lo futbolista de la B, de los que juegan en esos equipos con la camiseta con propagandas que van desde una fiambrería hasta el kiosco de diarios, tomó el porro a medias y pidió más. Loló saco uno más de la mochila y ese fue el arreglo. Resulto ser un yonki. Muy de película yanqui pero flaco y sin donuts en bolsa de papel madera. Luego saco su cámara, fiel compañera de su andar y nos retrató. Yo tengo puesto un sweater al que quiero mucho. Hace poco encontré unas fotos donde estoy en el Jardín Japonés con lo mismo puesto, se ve que le di uso. Después nos paramos y nos fuimos para su casa, compramos algo para llevar y unas papas con extra de aceite quemado que las hacen más ricas en una parri al paso de Alvarado y Dorrego, por ahí, cerquita de donde vivía con su madre.
Hace mucho que no hablo con ella. Su viaje a México nos ha distanciado un poco, pero creo que nuestra amistad sigue intacta. No sé cuál será la diferencia respecto a donde está pero las veces que me escribe, lo hace tipo 4 am y me cuesta contestar. Apenas los leo. A veces me rio de las cosas que comparte en las redes sociales, en unas se va al pasto y en otras tantas me hacen pensar que ha cambiado un poco. Se oculta tras fotos con frases como “seré feliz siempre sola o que algo increíble solo podría interferir en su viaje de independencia”. Sin quererlo, me he dado cuenta que la del peludito color uva también lo hace. De hecho yo también lo hice alguna vez. Y tarde me di cuenta lo bueno que es compartir sin temores. Pues había empezado a hacerlo tras una charla con Martin a la distancia.
El me aconsejo que pruebe por 10 minutos en pensar en nada y que actúe sin temores al después. Que me sentiría bien y que según él, era lo que me faltaba para hacer un poco completo. Martin es de esos amigos que jamás te va a tirar una pálida, te quiere y no va a haber reproches en su discurso. Pero si tonos de vos de esos que te dicen…”¿Cómo vas a hacer o decir eso?” Le tiras una piedra y el tipo te la quiere devolver redonda. Ojalá no lea esto porque es habilidoso con la pelota en los pies, debo reconocerlo, pero también le alimentará el ego para alguna que otra cargada más. Y digamos que de ahí empecé a soltarme con la del peludito. Entonces a veces tengo ganas de decirle que pruebe con el plan Rivero que al parecer resulta, aunque Rivero carga a veces con el pesado mote de mufa que alguna vez describiré – escribiré. Que me ha cuidado mucho este tiempo, que lo ha hecho muy bien, pero que no tenga frenos, pues no hay motivos. Los tiempos nos han presionado con una sobrecarga de responsabilidades, es verdad, pero bien, aquí estamos para dar vuelta la historia como siempre nos planteamos. Que esta parte la habíamos hablado y el tiempo empieza a aparecer. Que estas noches no he dormido bien, pues la extraño. Que espere sus
mensajes de siempre pero no llegaron, que los sigo esperando y mi actitud es optimista, pero a veces muy realista y me caigo. Ha estado poco tolerante conmigo. Pensar que cuando me conoció me tildo de gavilán, ¿que pensara ahora que me tiene tirado al sol pensando en ella? Que ya no me apoyo en mi hermano como antes y eso me hace más difícil los papeles. El otro día nos volvimos caminando del Once Unidos y pudimos hablar un poco. No tuve tantas devoluciones como de costumbre porque creo que él siempre pensó que no necesitaría a nadie, ni siquiera a él. Y yo le salí con que necesito a una persona, que, muy importante para mí, ya la conoce. Eso le puede haber resultado un baldazo de agua fría, hielo y un poco más. Solo me miraba y yo cambiaba la mirada porque no me quería caer, y menos después de un tiempo de que no hablábamos en serio. Pero le dije que descargo en la música y los lápices junto al café de antes de dormirme, aunque el café no tenga el mismo gusto sin su buenas noches. Me duele que a veces no conteste mis mensajes, mas sabiendo que nuestro andar ha estado lleno de respeto y una envidiable energía. Yo solo quiero volver a buscarla en el juego para encontrar lo nuevo.
Estoy intentando distraerme. Me divertí poco en este lapso, creo que solo el día que fui a ver una banda que tributea a los Beatles en un bar que queda ahí nomás de la plaza y ahí nomás de mi casa. La versión “The ballad of John and Yoko” ya me había caído más que bien, a pesar de que a los que nos gusta The Beatles, poco nos puede gustar algo que una a John y Yoko. Justo llegue con Leonard White (que me lleva a nombre de capitán de barco) cuando sonaba ese tema. Hubo sonrisas picaras y agudos incluidos en “Papperback writer”, ya que si bien escribo, no quisiera ser escritor y mucho menos creerme profesional, pues está a la vista. Me solté casi en el popurrí final cuando algunas cervezas ya habían pasado entre mis manos y  tocaron “I wanto to hold your hand”, lo cante con ganas y lo baile de la siguiente manera: cada dos golpes de la batería del falso Ringo, me balancee para un lado y para otro, las manos abiertas de modo bien 60 moviéndolas con un 30 por ciento de lentitud. Era el paso justo. Y me la imagine ahí al lado mío, riendo.
Hace unos días me junte con Diego, un tipo que me conoce de un laburo en mis años de niño mimado y con proyección. Siempre analiza a la persona antes que el trabajador, y si bien no estoy trabajando con él en este momento, ya casi falta nada para volver a encontrarnos. Le da más tinte que te está examinando porque tiene algún que otro rasgo oriental en la mirada. No sé si alguien lo apodará “Chino”, pero si se lo dicen, no está mal. Mientras tomábamos un cortado frente a la Mitre, me definió como que ando con el espíritu perdido. Que mi energía estaba doblada y que no enfrento las miradas. Que el animal asesino que siempre lleve adentro está dormido y bien echado.
Algo muy particular en mí, porque aprendí a recibir lo bueno y lo malo (cursos mediante) mirando a los ojos. Es obvio que me gusta recibir más lo bueno que lo malo, pero a lo malo me da menos vergüenza porque me hace trabajar la cabeza en una respuesta decorosa. Entonces le dije que no había pasado bien a segunda parte del mes. Que habían sido dos semanas de terror. Que como quien no quiere la cosa, sentía que se está dando vuelta la historia que más me gusta. Que me absorbió el trabajo y que no había podido hacer lo que a mí me gusta, tan simple como eso. Que mis mañanas ya no empiezan con mensajes de la del peludito sino con malhumores y practicas desafinadas de los principiantes en las clases de violín que da mi vecina. Que quiero que vuelva eso. Que solo este tiempo nos ha distanciado y que no solo es más que eso, tiempo, el mismo que ahora empezamos a tener y debemos aprovechar. Que no quiero ponerle presiones, pues no las necesitamos. Que me encanta su independencia, que eso es una de las cosas por las que la elijo, pero que dentro de esa independencia esta bueno ser acompañada, porque nadie puede solo. No existe el ser autónomo. Y si bien ella tiene a su incansable Chica de los patines al lado, yo puedo ser un apoyo, algo limitado, pero apoyo al fin de su andar. Que me derrite si trae las uñas pintadas o me sale con chicanas de la nada. Que extraño esa ida y vuelta que me sacaba sonrisas en cualquier lugar. Que no me importa que haga catarsis de su trabajo conmigo. Que con tal de hablar con ella, es lo de menos.
No pretendo más que eso, ni siquiera colarme en sus momentos de tranquilidad. Ni agobiarla con un futuro encantador. Me hubiera gustado compartir de mejor manera que bueno, cambiaré de trabajo en unos pocos meses, por uno nuevo lleno de incertidumbres pero también de oportunidades. Que fui a conocer el lugar y en el depósito hay una caja de madera de Cinzano, muy antigua, que tiene rota parte de la tapa y que se pueden ver que las botellas son de antaño. La caja es muy de película antigua, de esas que cargaban en los carros tirados por caballos. Que la pondría asi, sucia como esta, arriba de la barra. Si alguien quiere hacerse el vintage, que venga y compita contra esto. Que tuve ganas de mandarle una foto de ese cajón, pero desistí. Que ya tengo un montón de nuevas ideas que quiero mostrarle, porque su opinión es sumamente fina y llena de buen gusto. Que también este jueves leerán uno de mis relatos en un encuentro indie de música, poesía y algún que otro cuentito o relato. Que alguien leyó el blog y quiso que formara parte, entonces le mande los 3 que me parecían más acordes a la situación y saldrá a la cancha uno que todavía no tiré al mundo virtual, que se llama “Con el número 34 en la espalda”. No me gustaría llamarlo inédito ni nada de eso, pues cargaría con un peso terrible. De hecho, buscando ese, encontré el “demo” de “Los chinos”, que me parece que me gusta más que el publicado y a la vez, me dieron ganas de sumarlo como eso, un lado B. Que me gustaría que esté presente este jueves pero últimamente las invitaciones quedan ahí en el aire. Y eso ha empezado a afectarme en mi estado de ánimo. Entonces no le dije nada y disfrutare del momento acompañado por gente que ni conozco, pero apelare a mi rasgo de ser sociable. Me pondré una camisa nueva a la que ella definiría como “muy vos”, pensando por dentro que ojalá no me la ponga para salir con ella.
Yo soy esto y es lo que va a encontrar, compañía en días de sol y de nubes, pues no debe alarmarse en este tiempo que no estuvimos abrazados. En días donde los colores son vivos, como los que abundan en casa o si tenemos de esos en escala de grises. Le he puesto todo al alcance de la mano para que nada lleve a conclusiones erradas. Tampoco mis amigos son de los que incitan a que si no veo a alguien a que no la vea más. Las pendejadas por suerte han pasado hace tiempo. De hecho, me preguntan explícitamente sobre ella en alguna que otra ronda de cervezas nocturnas. Hablando con Fran, me preguntaba si lo del viaje seguía en pie, en eso de compartir unos días por ahí. Le explique que debido al momento era mejor no ofertar nada por ahora.  Entonces acá estoy, medio hundido, con un poco de miedo por lo que laboralmente se me avecina. Con un par de sueños rotos por los años pero créanme que sus abrazos tienen destellos de sol de otoño la plasticola más linda que haya tenido de chico. Me junta y me moldea. Que le soy todo lo sincero que puede ser una persona. Que no estoy enojado ni nada que se le parezca. Que en cada cosa buena que me pasa, es de lo primero que me acuerdo.   Que me gustaría encontrarla así como cuando bajo y está ahí. Riéndose, tapándose la cara porque sus mejillas se desbordan de risa y su pelo mambea para todos lados, poniéndome caras. Que le haga calor y mueva así  las manos y la frente le empiece a arder, que me cuente que transpira el pelo como su hermana. Que me diga que me quiere ver nuevamente. Que me diga que seré su cita de los sábados. Que me diga que el martes dormirá conmigo. Para volver, como dice Gustavo, al origen del principio.


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