domingo, 27 de marzo de 2016

El viento

No me animo a preguntarle por su esposa. ¿Vivirá? ¿Estará separado? ¿Es viudo? No la nombró todavía.
Santiago me cuenta de sus hijos. Por lo que dice, intuyo que les va bien. ¿Qué pensaran de él  que a su edad está a cargo de un hostel rodeado de jóvenes? Ojala que piensen bien, por el momento no creo que tengan algo malo que pensar. Lo veo como un transgresor frustrado de joven que recién ahora puede hacer de grande lo que quiso hacer de chico. No hay edad para sentirse bien con uno mismo y es lo que exactamente está haciendo.
Hoy para el desayuno preparo budín con puré de papas. El puré está ahí, adentro de la cocción. Nunca había comido budín con puré. Me gusta. Es una receta de su padre de sus desayunos en Málaga.
Todos lo respetan, todos quieren hablar con él. Para mi ventaja, creo que soy su preferido. No es que el ego se me haya subido a las nubes, pero habla con todos pero a mi me busca para hablar y mostrarme un poco su música. Imagino que todos los días se siente entrando a la cancha con la 10 en la espalda, que encima le caen papelitos rojos, negros y blancos de una hinchada feroz y enamorada.
Le pregunto. Me dice que falleció. No entiendo por qué pregunte. Me siento un estúpido, no se de que hablar. Le hago una broma y nota mi nerviosismo. Me dice que todo lo supero y que no debería hacerme problemas. Entonces me cuenta de la manera que la enamoró. Me sonrojo, ojalá se me ocurrieran las cosas que se le ocurrieron a él. ¿Cómo no iba a enamorarse?
Quiero ser su alumno., Lo escucho con atención. Según el, luchó mucho. Me da esperanzas en medio de risas. Hacemos una pausa y me reta diciéndome que como rápido, “como porteño”, que acá no me apura nadie. Mi comida es un desastre: salchichas con arroz, sin mayonesa. Alguien olvido unos condimentos que ahora hago míos. Le cuento de mi error en medio de una botella de vino con mi viejo y los chicos riendo. El clima era ideal y quise contárselo, decirle que me gustaría que este acá al lado, comiendo despacio como lo hace, acomodándose el pelo.Tomé valor en clave talibán y lo hice y como todos estos días, no contestó. Acepté el mal trago, un sorbo mas de vino, el error también. Pasaron las horas y el tiempo no hizo mas que acentuar mi acto fallido. Vaya la indiferencia reinante entre sus manos. Ojalá no le pese algún día, pues deberíamos hablar de manera urgente. Pero no ha dado señales.
Suena un jazz que derrite corazones, y entre todas esa notas vuelvo a la charla cuando escucho: “Yo no se bailar pero la invite al baile igual, de pícaro. ¿Ella baila?”. Le digo que si y muy bien, es muy fresca, no puede o hacerlo.  “¿Cuantas veces aparece en tus escritos?”.
“Creo que seis, pero estoy con un personaje imaginario ahora, algo mutante, aunque basado en mi mascota. Algo o alguien que no conozca demasiado, sin sentimientos capaz,  como ella en este momento. Empecé a imaginarlo por ahí, ahora estoy tratando de descubrir que hace, que come, que música escucha, si tiene padres, hermanos, amigos y así.” “¿Mutante? Que setentosa imaginación tienes. Pensé que se habían acabado en esa época, me deja tranquilo que eres moderno y pueden resultar tiernos o a lo sumo simpáticos”.
Me acerco a la ventana y sigue como todo el día: lluvia, de esas que parece a baldazos. Tomo un mate que quema mi garganta. Pensar que el ayer Malen andaba caminando sobre la vía con un sol tenue. Caminaba sin dejar que las piedras toquen sus pies, manteniéndose en el camino, ayudándose  con sus brazos para no caer como si fueran las alas de esos aviones que con Sebastián íbamos a ver aterrizar los domingos. Los veíamos aterrizar subido a los rieles, cayendo la tarde entre la nada y la ruta de por medio. Mi hermano la retrató, ahí justo en el momento, planeando, cerca de su casa, a unas cuadras de la estación de trenes. A diferencia de nosotros, caminábamos un poco por las vías y otros por las piedras. Mi vieja en esa época me compraba unas Converse negras que parecían invencibles. Colegio, partidos, vías. Me llevaban por todos lados. Subía a la vía porque me empezaban a doler la planta de los pies. No eran muy gruesas que digamos. Sebastián siempre andaba con la remera de Boca, de esas que en esa tiempo había de todos los equipos, con el mismo modelo. Traían los campeonatos y copas ganadas escritas en la espalda. Siempre lo recuerdo con esa remera y un pantalón naranja. Nos quedábamos parados ahí hasta ver el aterrizaje. Cuando veíamos que el tren se nos acercaba, le poníamos 3 piedras por riel para que las rompa la locomotora con sus ruedas. Nunca poníamos más de tres porque teníamos miedo de que si poníamos alguna de más algo pasara. ¿Se puede decir que hacíamos travesuras con un poquito así de chiquito de sentido común? El momento de ver romperse las piedras era también el de nuestro festejo. Dudábamos si ese ruido que nosotros escuchábamos de afuera también lo sentían los de adentro. Pues si así era, suponíamos que debía ser muy irritable, así como cuando hoy suena la alarma para levantarse e ir a trabajar.
Mi alarma para despertarme es un tema que puede resultar algo fuerte (tampoco creo que tanto), no me roba atención y me lleva a cerrar los ojos en la oscuridad, apenas alumbrado por las luces azules del edificio que da atrás de mi departamento. Es de Mi Amigo Invencible (Edmundo año cero) .Es tal vez en ese momento el que quieren empezar a salir mis ideas de revolución, lo cual en este momento no es poca cosa, pero debo destacar algo, siempre que empece con ese vuelco en mi cabeza, me olvido de todo. Esta vez no. Créanme que la pienso, y se siente bien, aunque raro a la vez. También hay rastros de miedo. Las persianas siguen algo bajas, aunque las tazas de te ya no son tantas y los escritos tienen otro tono. Los libros al sol se sonrojan esperando por mis papeles en el medio de sus hojas.Me tiran un guiño entre sus lineas y ya han aceptado que siempre aparecerá el mismo nombre.No se mucho de ella, pues ha puesto una distancia de hierro y hielo. apenas cruzamos un saludo tímido la otra vez y cuando quise hablar, su mirada bajo casi inconsciente. Y eso que su mirada es una de las mas lindas que se me han cruzado. De ojos raros, con algo de negro alrededor. Vuelve dulce todos los colores tenebrosos.
Santiago me pide no repetir imágenes que me quede solo con una. Que me cuando nombro a Malen mi cara cambia. Me lo ha dicho ella también. Entonces miro su foto planeando. Sonriendo, abrazando. Esquiva las piedras. Las piedras no sienten, nada peor que eso. El amor es para valientes, lo demás es mentira. Que se aleje, que vuele sobre ellas, dejándome ser parte de su viento.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario