jueves, 18 de agosto de 2016

Los Chinos - Lado B - Versión Original

Cuando nos despedimos me dijo que todo estaría bien. La gente nos miraba. Ella lloraba mucho. Solo me salió abrazarla y decirle lo mismo, que todo estaría bien. Pero en realidad en mi cabeza solo tenía dos opciones: irme con ella o quedarme haciéndome el gran hombre, de pecho inflado y sin que se me caiga una lágrima. Una estupidez, pero fue lo que hice. Un último beso y un abrazo más. Los puños en alto de los dos como señal de despedida y ella camino a su viaje como los jugadores por el túnel a punto de salir a la cancha.
Emprendo mi retirada. Agarro mi campera, una finita, la misma con la que tenemos una foto que colgaba en mi departamento que nos sacamos en el verano en Gesell. No llevo equipaje. Me hace pensar en las canciones onda Gieco que llevan esa frase y siendo chico las escuchaba cuando mi hermano ponía música e imaginaba que eso debía suponer libertad. Veo que hay diferentes maneras de leer el juego, y al menos hoy siento que alguien la pudo haber escrito en un momento parecido al mío. Mi idea de libertad esta confundida con tristeza, me parece.
Solo tengo un traje en una funda, una entrada que no use y las ganas de volver rápido a mi casa a dormir y no despertar por un par de días. Tenía las entradas para ver a El Mato y el debut argento de Capital Cities, todos en un mismo lugar, pero va a ser mejor que me vaya a casa.
Subo al colectivo y apoyo la cabeza sobre el vidrio. Son las 4 de la tarde y la fauna porteña late. El rock quedo definitivamente de lado, me compre un yogur para el viaje.
Me acomodo para dormir pero el de adelante no se decide y se mueve para todos lados. Se da la vuelta y me mira. Me mira como los chinos de Alberti a sus clientes, desconfiado. Porque con mis amigos cuando vamos a comprar desconfiamos de sus productos, creemos en esos mitos que apagan las heladeras de noche y un montón de boludeces más que solo pasa el noticiero de América. Y ellos nos miran como si les fuéramos a robar. Miran así a todos. Veo la psicosis de la gente y la desconfianza de ellos. Siempre hay uno que anda despeinado y en ojotas que se persigue por todo. Lo apodamos Bruce Lee, porque tiene cara de nada, pero suponemos que debe ser crack en las artes marciales. Es una boludez, lo sé. Es como decir que por jugar al futbol y ser argentino ellos piensen que alguno de nosotros juega como Messi. Pero por alguna razón, nos divierte y lo saludamos con un Bruce a secas cuando vamos a comprar. Nunca recibimos más que un movimiento de cabeza, pero lo bancamos.
El chofer me deja un agua mineral caliente y un alfajor en condiciones extrañas. Y entonces empiezo con mi discusión interna sí que empresa de micros debí haberme tomado. Si esta, o la otra. El de adelante se vuelve a dar vuelta y como no estoy de humor y ya es la segunda vez que lo hizo, le ofrezco mi agua. Me dice que no, que gracias. Entonces supongo que dejara de mirarme. Que lo tomo como que se lo dije mal. Creo que lo logre. Pero no. Esperó el momento y me pregunta si soy el compañero de secundaria de su hijo. Como no soy adivino y definitivamente tengo poca onda, le pregunto cómo es el nombre de su hijo. Facundo Díaz, me responde. Y si, Facundo Díaz, era mi compañero y a ese hombre que me molestaba hasta recién, le pido disculpas y que me entienda que vengo de un largo viaje. Tengo bastantes días de secundaria dormidos en su casa, unos cuantos Gancia escondidos antes de la matinee y un par de retos a las 3 de la mañana porque gritábamos los goles del Sega como si fuera el último. Su hijo tenía jugada que se llamaba La antigua Grecia. Era un truco que el jugador le pegaba de mitad de cancha y por alguna razón, rara vez el arquero la atajaba. En un torneo picante, con algunos más, decidimos prohibirla para siempre por no hacerle honor al Fair Play. Esos torneos estaban buenos porque no se podían elegir selecciones pro, entonces terminábamos jugando con equipos como Gales o Islandia como que para que si salías campeón, tenga gustito a hazaña. Recuerdo su nombre, Jorge se llama.
El descampado empieza a surgir en la ruta. Me duele la cabeza y mis pensamientos no son buenos. Intento dormirme con la capucha puesta. Alguien va a cumplir su sueño y yo estoy triste por eso. Mierda que estoy en egoísta. Hoy no debería sentirme así. Pero vamos por parte, no me pone triste que vaya a cumplir su sueño. Me pone triste que para cumplirlo deba irse tan lejos.
Debería disfrutarlo, pero al menos por ahora no me sale. Me sale pensar en que no va a estar más con sus dibujos, con sus fotos, con sus colores, con sus movimientos de manos. Porque me gusta cuando habla así, explicando todo con las manos. A veces robóticamente. O cuando le agarra el síndrome del ritmo. Siempre decía que si se ponía mis lentes de lectura setentosos, le agarraría el síndrome del ritmo, y hacia muecas como si empezara a mezclar discos sin parar. Como si le agarrara convulsiones, lo acompañaba con sonidos como esos que yo imitaba de chico del Double Dragon. Lo hacía generalmente cuando se despertaba. Cuanta frescura en una sola persona. La imagen perfecta a pesar de su nariz imperfecta.
Al llegar, el día esta algo gris, aunque claro, ya es un poco bien de noche. Mi departamento está en silencio y así lo será por unos días. Nunca me gustaron las persianas bajas pero ahora si. Mi hermano me merodea, me rodea la manzana con mensajes de texto que nada tienen que ver con mi momento. Ok, lo agarré. Me quiere distraer y yo le voy a hacer suponer que lo hizo. Contesto con jajaja, claro, buenísimo!
Me canso de fingir y le digo la verdad. Que la voy a extrañar.
Hay una espera de su parte, la juega de bombero y me dice que vendrá a casa a la hora que sea, que solo ponga la pava al fuego. Que unos mates pueden calmar mucho, pero no sé si más que una tarde frente al mar.
Me pongo nervioso y le cuento que intente regalarle un puñado de mar en una botella. La llene con arena y la envolví en Tus Canciones de Lisandro Aristimuño. Que me había salido hacer eso en lugar de escribirle, como era mi deseo. A veces pienso que fue una idea tonta, aunque hoy estoy un poco más conforme con lo que hice.
Hablamos. Mi hermano me dice que todo va a estar bien. Todos me dicen que todo va a estar bien. Estoy algo pesimista, lo sé. Me levanto de la silla, me arrodillo y busco discos. Estoy inquieto y a la vuelta a sentarme con él, se para, me agarra la cara y me da un cachetazo suave, como cuando me dice que me quiere. Y yo no quiero que lo haga, que no diga eso. Porque voy a llorar. Y no quiero llorar delante de él. Entonces mientras me habla, me atraganto con mi llanto y lo escucho, apelo a una de mis tantas ideas estúpidas. Mi contraataque para no llorar es pensar la formación ideal con los mejores jugadores de básquet que yo haya visto del club del cual soy hincha. Entonces pienso: Farabello en la base, Domine, De la Fuente y así. Pienso donde puedo meter a Hopson en ese cinco inicial. Siento que debo hacerle lugar al Sepo Ginobili en la base, pero vuelvo a pensar que vi al mejor Farabello. Y vuelvo ahí, al lugar, con la cachetada. Y si, lloro. Lloro rápido, con vergüenza. Estoy confundido. Quiero verla ahora que se fue, quiero otro trabajo, quiero ocupar mi tiempo.
Me reta y me dice que debo hacerme cargo de la situación, que esto no es un disco y no se puede pasar de un tema a otro. Empiezo a sospechar que mi plan fugaz de pasar de un tema a otro fue así, fugaz.
Al otro día aparece Martín y me invita a comer a su casa. No me saca el tema, él sabe mucho, incluso más que yo. Pero quiere cuidarme y lo dejo. Me trae la cerveza que me gusta y la pizza como me gusta. Hasta compro el helado de mi sabor preferido. No me puedo quejar. Hasta me pone la música que escucho, y eso que a él no le gusta para nada. Me mira, me palmea y sonríe. No es necesario que haga eso. Con su amistad me basta y me sobra. Me distraigo con su hija que me cuenta lo de toda nena de su edad: del jardín, de sus clases de danza. Tiene un pizarrón e intenta escribir mi nombre. Se confunde la J con la G. La ayudo y nos reímos. Trae sus juguetes y los deja a todos ahí, en el piso.
Me invitan a quedarme a dormir. Y con esas palabras encima miro a mí alrededor los juguetes y sí, me siento un niño. De los bien malcriados. Saco valor y les digo que no, doy las gracias y explico que mañana debo ir muy temprano al trabajo. No sé por qué debo ir tan temprano, si yo no trabajo en ese turno. Me retrucan que desde su casa, mi trabajo queda más cerca que de la mía. Me ponen en aprietos y les salgo que no quiero molestar a las 6 am con mis movimientos torpes de recién levantado. Y aparte soy de los que ponen 5 alarmas seguidas hasta levantarse. Un embole.

Me voy a casa. Tengo unos mensajes de ella. Le contesto que le contare todo por email y que por acá hace un poco de frío. Su respuesta nada tiene que ver con lo que esperaba. Su respuesta empieza con disculpas. Ya está. No es lo mismo. Sigue, lo leo. Lo leo de compromiso. Ya no quiero seguir haciéndolo. De hecho supone eso en el email. Me quedo quieto y me rasco la cabeza. Voy a la cocina pensando y me preparo un té. Abro el libro de Casas que me regaló, leo su dedicatoria y su firma: Chica de Oro.

miércoles, 3 de agosto de 2016

No era mas que mi persona favorita en el mundo - Último Capítulo: 17 Razones Para Crear o Reventar

Cuando me acomodé en el asiento y ví que yo me iba y mi familia y amigos se quedaban inmóviles mientras el colectivo empezaba a moverse, no solo supe que la iba a extrañar a ella, sino también a ellos. Que esta especie de broma de mal gusto de su desaparición y una excusa tras otra le había dado resultado. Distraje a todo el mundo cerrando el puño en señal de victoria, como si todo fuera bien, pero en realidad tenia ganas de bajarme a abrazarlos y dejar que el micro se llevara mi mochila a donde quisiera. Quedarme con ellos. Que mi vieja me invite a comer el domingo. Que mi hermano me diga de ir a la cancha. Que Fran me toque el timbre sin avisar y me diga que baje y vayamos por una cerveza. Pero no.  Me acurruqué hacia un costado, me envolví en mi pañuelo y mi abrigo y me aferré a una nota y los deseos de éxitos que me dió Santi, hasta que los ruidos de la noche me despertaron en plena ruta.
 No es que quiera meterme en la maquina del tiempo. Ni siquiera inventarla, pero bueno seria volver el tiempo atrás y ahí donde todo se empezaba a escaparse , poder verlo bien de cerca,  delante de mis ojos. Cambiar el rumbo, seguir el viento.
Estos días me vi algo viejo y un poco aburrido. Corro las cortinas y entiendo que mirar afuera no es lo mejor que pueda pasar. Los días están todo su tiempo tan grises, y los álamos tan secos que entristecen cualquier sol que se le ocurra salir por acá, dejarlo sin ganas y hacerlo que se vuelva a guardar así tal como salio a ver el día.
El frío de la nieve de los alrededores baja desde las alturas hasta llegar ahí, a mi ventana que me despierta empapada con el reflejo tibio de los rayos. Asomo la cabeza desde el 6to B para ver si cruza el cielo algún avión a chorro. Hay muchos por acá. Empecé a contar unos cinco al día. Me lleva a mi niñez cuando me fascinaban junto a los camiones, casi tanto como ahora. El otro día camine de espaldas hacia la despensa de acá cerca por unos buenos metros, solo para ver como uno se perdía entre los edificios. En la despensa atiende un tipo super amable, que tiene un perro gigante de no tengo idea que raza, pero tiene el tamaño de un mini caballo o algo asi. Yo lo bautice Yao, por Yao Ming, el gigante que jugaba en Houton Rockets, pero por lo que pude escuchar, creo que se llama Perez y hasta lo tratan de Sr., Sr Perez de aca, Sr. Perez de alla. A veces pienso que  el de la despensa tiene el prototipo de  esos que se las mandaron todas y después se convierten al Evangelismo para recomponer su imagen. Parece salido de un cuento de Poe,pero te cambia de frente como el mejor Verón, el que no se vendía,  cuando te habla.
El sábado, tirados en el pasto con Fran mientras buscábamos algunas cabos sueltos que jamas encontraremos respecto a lo que me paso con La del Peludito, no solo vimos uno de esos aviones hasta desaparecer sino que le habré expuesto unas 17 razones para crear o reventar respecto a mi situación, las cuales después de enumerarlas fueron sentenciadas por un: Pasa que acá estas solo, no tenes a nadie, no hablas con nadie y con el frío que hace no da ni para salir. Deberías buscar en que perder el tiempo. Como atajandome de la situación, le dije que ya había empezado a saludar a algunos en la calle, que yo por el momento no ubico quienes son, pero ellos me deben ubicar por mis auriculares. Acá la ciudad es muy chiquita y tiene un par de cuadras, entonces, te cruzas con todo el mundo. No me dijo nada nuevo. Lo de todos. Laura fue tajante y clara, me lo cerró con un Jamás le importaste. Como la quiero a Lau, a pesar de ser tan hiriente.Claro, lo que todos me dijeron, tiene un porque. Nadie esta  en el lugar de uno. Nadie siente, nadie piensa, nadie recuerda. Pero entre todas esas razones, sorpresivamente había varias positivas, quedando como la que mas me gusta endeudarme para editar algo de Lluvia de pastelitos y comprar lo que me falta para la música. No solo en deudas piensa el hombre, sino en algunas cosas mas, como viajar. No volver a mi ciudad mas que de visita por unos días. Estar un tiempo por aquí y seguir la ruta. Ya lo comuniqué oficialmente a quienes me quieren y todos me dijeron que ya lo suponían. 
Cuando nos estábamos a punto de dormir, mientras yo ya fantaseaba entre el hambre y el sueño que tenia, me pregunto: ¿Entonces en gran parte te viniste acá por ella?. Cachetazo esperable para él y para mi. Al parecer no eran tantas las positivas. Dije que si, y me quede callado. Sin agua para el mate, decidimos dormirnos al sol con unos perros como compañeros. Nos despertó una de esas motos ruidosas que bajan después de la rotonda a toda velocidad.
Yo estoy pensando tirarme en el longboard por ahí, desde esa rotonda, pero creo que si fallo puede costarme bien caro, pero me tengo fe y hoy me iré a dormir temprano para intentar mañana bajar deslizándome en esa recta, en bajada,  por supongo,unos 400 metros. Va a ser una buena velocidad y también puede ser un buen golpe. Fran me dijo que no debo hacerlo, que es accidente seguro. Lo tendré en cuenta por si me pasa. Prepare una buena playlist, donde anda girando El ultimo sereno de El Mató.  Esa canción a veces me recuerda al vértigo de  volver medio puesto de Liverpool a casa, con la cabeza y el cuerpo sucio, como un disco de Sonic Youth. Hasta que conocí a La del Peludito y supe que si quería ir en serio se  me debían terminar ciertas cosas, como mis problemas de conducta conmigo mismo y compré ese nuevo modelo que lo mantengo de buena cuasi brillante hasta estos días. Creo que fue lo que mas admiró a Fran de su visita, fue eso. Y también que me volví mas solitario, un poco mas de la cuenta.
Hablando con Florita a la distancia,le pedí que me trajera el nuevo disco de Cosmo, que recién esta salido del horno. Viene nuevamente hacia aquí, repitiendo visita. Hay un tema que se llama La mano de King Kong, que como verán nombra a mi mono favorito, por encima de Monetti y Navarro Montoya. Me lleva al paisaje de una esperada vuelta a Marpla, ahí bien por la ruta 2, llegando a Las Armas, con el sol bajando, con la cabeza en la ventanilla queriendo llegar a casa. Queriendo oler mis libros, tocar mis discos, dormir en mi cama, abrazar a Santi, ver las canas de mi viejo y la sonrisa de mi vieja como señal de llegada. Todavía me falta mas de un mes y un poco de días para eso, pero casi que confirme fecha y me estoy poniendo ansioso como nena en camisón. Creo que tengo tantas ganas de ver a mi familia que si mi vieja me sirviera la leche preparada con  Mu y chocolate Okey no diría nada. Mi vieja siempre hizo chicle los sueldos de mi viejo y no consumíamos grandes marcas y por ende, en esa época, grandes productos. Solo Coca los domingos y con los jugos empezamos con Tang y terminamos con Suin, esa pócima secreta que rendía un sinfin de litros, que al principio, el gusto podía matarte, pero después te dabas cuenta que seguías vivo y podías ir a jugar a la pelota tranquilo. Así que mis meriendas eran con una leche que se llamaba Mu. Sí, en serio, se llamaba Mu. Y la chocolatada con Okey, que igualmente estaba bueno y la caja tenia un diseño con onda, con un rojo furioso. Venia uno sabor a banana, que por suerte mi vieja nunca descubrió, porque era aun mas barato que el común y si lo veía, seguramente tenia como destino la alacena de casa.
Hace poco encontré un sendero, de eso que cuando empezas a subir los autos se ven desde lejos y la ciudad empieza a verse chiquita. Hoy volví hasta ahi con un libro de Aldous Huxley que ando leyendo. Ese loco escribió: Después del silencio, lo único que puede expresar lo inexpresable es la música. Faaaa, me rompió corazón y cabeza tal frase. Así como cuando ves que tu niñez es perfecta hasta que te empieza a gustar  una chica. Digamos que estoy estudiando el lugar, pero me voy rápido. El paisaje es algo desolador y  alguien que haya pasado por ahí lee esto, sabrá que es verdad lo que digo. Podes sentirte nada entre tanta inmensidad,pero a mi por ahora, me bajonea. Me lleva a cuando nos dijimos las ultimas palabras sentados en el piso, dando paso a mis días que se volvían una eternidad, lentos, chatos. Todavía recuerdo sus camisas, su voluntad para levantarse casi una hora antes para ir al trabajo, maquillarse y desearme un buen día. Las mañanas de descanso y los desayunos juntos. La perpetuidad de los recuerdos que dicen, se vuelven fantasmas que deambulan entre los espacios vacíos de mi departamento, entre mi miel y mi te, entre los libros que están en el piso en busca de algún mueble que jamas habrá, que los cobije, trayendo canciones que me la dibujan en mi mente, así, como cuando le abría la puerta y me daba un abrazo. Que difícil es detener la memoria. Como era difícil detenernos cuando estábamos juntos y la gente se volvía invisible. Cruzábamos paredes y pastos verdes, plazas y arena, truenos y tormentas, inmunes a cualquier mirada. Miradas que algún día cruzaremos, buscando la verdad entre sus ojos delineados.