miércoles, 16 de noviembre de 2016

Cuando todas las hojas del bosque ardían debajo de mi cama

Ayer empecé a escribir sobre mi viejo. Ahora está un poco mas gordo, por mas que hace dieta y sigue las indicaciones del médico. Tiene una buena cantidad de pelo, cada vez más canoso. Y a diferencia de lo que yo creía, con el paso del tiempo está ganando una ternura insostenible. Me llamó mas veces en lo que va del año que en toda su vida. Me habla como grande y ya no me trata como un nene. Lo quiero cinco veces más así. Lo extraño, aún cuando lo recuerdo comiendo de manera apurada. Extraño muchas cosas, pero también dejé de pensar en otras. Algunos momentos se me fueron en envueltos entre mis sábanas y mi pelo revuelto. Otros con el paso de los días y las charlas a la distancia con mis amigos.
Olvidé casi todo lo de ella que me había encandilado, sus muecas, sus adorables malhumores por la mañana. Porque eran así, adorables. No es que haya pensado sólo en lo malo, aunque razones no me falten. Sólo que me di cuenta que despareció justo ahí, cuando todas las hojas del bosque ardían debajo de mi cama. Se volvió invisible, esquivándole a las respuestas, a mis ganas de verla. Y eso que yo podía mirarla por días, volverme loco por sus uñas prolijamente pintadas o comerme las gomitas amarillas y verdes, las más feas, para que ella se comiera las ricas.
Dejé de ser reacio a muchas cosas, aprendí a disfrutar los silencios y el doble cuando nos quedábamos sentados frente al mar.
Hace unos días me fui a conocer un lugar acá a unos 100 kilómetros. Me fui temprano en un micro, que ya de por si va poco por ahí y un poco menos los domingos. Me dejó a eso de las 8, en el medio del viento y el pedregullo al lado de la ruta. Caminé hasta unos cuantos metros hasta el lago Ramos Mejía y parado en medio del frío y bajo las nubes oscuras, me sentí muy solo. Todas las preguntas juntas de todo este tiempo se hicieron presentes ahí, en ese momento. Metí las manos en los bolsillos y me largué a caminar, esperando que el sol empezara a hacerme el día un poco mas amable. Llegué hasta el faro y me preparé unos mates mientras sacaba mi libreta de la mochila para empezar a escribir estas líneas sin ninguna certeza. En ese momento la extrañé como el primer día. Me acurruque en el frío y me acerqué al agua para mojar un poco mi tristeza. Después de haber recorrido el lugar, la tarde me encontró durmiendo bajo un árbol abrazado a mi mochila. Ahí bien cerca de donde las lanchas le pasan a toda velocidad por los costados a los veleros.
Soñé que Fran me acompañaba a buscarla. Cruzábamos un campo hasta llegar a una casa de dos pisos, que jamas ví en mi vida. Él me dejaba en la puerta y me deseaba suerte. Al entrar mi viejo estaba tomando mate y leyendo el diario mientras ella bajaba lentamente las escaleras, con su sonrisa de siempre. Mi viejo me pasaba un mate, un pedazo de pan y me regalaba su mañana mas alegre mientras yo lo observaba. Empezábamos a charlar y me perdía en sus palabras mientras ella pasaba al lado mio dejándome su perfume pero sin perder la atención hacia mi viejo. Me despertaron un par de ruidos, unos nenes corriendo con un perro negro, flaco y hocicudo y el festejo de unos pescadores al sacar una trucha.
Entendí que debía quedarme con los que quieren lo mejor para mí y terminar de mutar para sentirme bien. En ese instante llamé a mi viejo. Tenía llamadas perdidas de él. Cuando le pregunté que andaba haciendo me contestó que estaba sentado en casa,  tomando mate y leyendo el diario, que me había llamado varias veces, que tenía ganas de verme y hablar conmigo.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Las máquinas

Suena el timbre. Nadie puede tocarme el timbre acá. No me conoce nadie. Atiendo el portero y una voz me dice que tengo que dejar el edificio por una presunta fuga de gas. Juro que no entiendo bien. Mi mente va más allá y se me aparece la imagen de Guillermo Andino comentando sobre una nueva modalidad de robos en el noticiero de las 7 que ve mi vieja. Imagino algo como: joven es engañado y desvalijado, yo hablando sobre lo que me paso y los del otro lado de la tele diciendo "que boludo, ¿cómo no se dio cuenta?". Entonces voy a bajar a ver que onda. Parece que ya les avisaron a todos y nos juntamos en el ascensor. Me hago el caballero y dejo bajar primero a los que están ahí. Soy de los que supone que va a morir, pero no de esa forma. Quedo parado frente al ascensor y aparece mi vecina del “C” un poco bastante en pelotas haciéndome comentarios que supuestamente hay olor a gas y que ella ya sospechaba. Nunca nadie se da cuenta por anticipado, pero una vez que te avisan sos re pro y un experto gasista, de hecho, te crece un poco el culo y si te agachas se te ve  la raya y hasta hablas con propiedad.
Como el ascensor va a tardar mil porque son varios los pisos, mi vecina me tira charla. Repito, está casi en pelotas y me es un poco imposible mirarla porque tengo vergüenza de que piense algo o que. Todo ese tema esta medio susceptible, yo soy medio morochito con algún rasgo talibán y eso me suma un bonus de supuesto violador - depravado y  como a los negritos nos culpan más fácil que a los blancos, me cuido de todo. Cuando al fin viene el ascensor y se abre...lean esto: no hay nadie. Son 6 pisos bajando con mi vecina, yo mirando para arriba imaginándome camiones y todo tipo de máquinas como cuando era chico. Estoy más transpirado que cuando mi vieja me mandaba con polera a gimnasia en la primaria. Si el ascensor no baja mas rápido creo que voy a empezar a hacerme bolita y terminar en un rincón en el suelo.
Abajo están todos y todos opinando. Saludo a un par y a un loco del quinto con el que me cruzo siempre y es buena onda. La mayoría de los viernes a la noche me lo encuentro tomando fernet en el ascensor. Creo que el flaco debe tener un fetiche con eso o algo por el estilo. Siempre me invita un trago. Nos vamos a un costado y nos sentamos en unas escaleras que hay al lado. Le digo si acaso no es lo mismo estar acá que adentro del departamento en caso de que pase algo. Me dice que sí y me marca a la vecina en pelotas que ya calentó a medio plantel de los que estamos ahí afuera. Yo la cheteo y me pongo los lentes de sol que tengo en el bolsillo del traje que ni siquiera tuve tiempo de sacarme. Mis amigos me gritarian "Macri" cheteandola asi, seguido de "Macri gato". En ese momento bajan 3 de la camioneta de Camuzzi vestidos como si en lugar de una supuesta fuga hubiera un ataque de Bin Laden. Todos se agolpan y las viejas más exageradas se empiezan a preguntar si vamos a pasar la noche en nuestros departamentos. Yo estoy medio cagado de frio porque por acá la primavera todavía no apareció  pero mi vecina sigue ahí, sin siquiera moquearse. Empiezo a sospechar que es descendiente de Rolando Hanglin, ese ser que por cualquier razón se ponía en pelotas creyéndose vanguardista, con una novia oriental, al mejor estilo Willy Vilas, tan marplatense como la salsa golf. Creer que Rolando Hanglin es vanguardista es como pensar que el pelotudo de Coco Silly representa al macho argentino. La mina se sienta a nuestro lado y nosotros nos hacemos los desentendidos. En ese instante, supongo que Facundo Arana le hubiera ofrecido su abrigo o algo asi y pensándolo mejor, antes hubiera escalado el edificio sacándonos uno a uno por la ventana. Es el hombre elegido por la bondad para volverse material, el hombre más bueno del mundo, dirían por ahí. Pero nosotros seguimos avasallados, nos sentimos atropellados. Me parece que somos de los que cuando vemos la tv decimos “mira que mina” para sentirnos más hombres, pero en realidad parece que somos de  los que queremos al lado una mina tan buena como nuestra abuela. Capaz somos nenes de mamá. La mina se para y mira al sol con sus pezones marcados en la remera como dos corchos del mejor Rutini y nos pregunta: “chicos, ¿no tienen calor?”.