Le pido que se levante y se tranquilice. Rubén, que apenas había avanzado unos metros, frena la camioneta a mitad de cuadra, abre la puerta y grita algo. Mientras me agarra del brazo para levantarse, meto la mano en el bolsillo del saco y le doy unos pañuelitos descartables para que pueda secarse la sangre que empieza a salirle de la nariz. Estoy algo nervioso, no sé qué puede hacer ese tal Rubén, si dar la vuelta a la manzana en la camioneta y seguir el bardo o que.
Del brazo la llevo a la garita del Ko Ko y la hago sentar. Desde la esquina nos miran unas cuantas personas que están fuera de la funeraria tirándole agua con una botella a un nene en pañales que está sentado en la vereda en esta que noche derrite las calles.
Le pregunto si acaso quiere ir hasta el hospital que está enfrente a que la vean o al menos a contarle lo que le pasó al policía que está en la puerta.
-¿Vos te pensas que el policía me va a ayudar?. Soy puto y estoy cagado a trompadas. Esos no ayudan a nadie.
Pregunta que hago de traje a las 10 de la noche. Le digo que recién salí del laburo. Que si, que es raro, pero me gusta lo que hago. Quiero saber a dónde va o al menos si va a estar bien. Me quedo sentado en la garita mientras se acomoda la remera y busca maquillaje en el bolso. Le cuento que por esta esquina nunca me gusta pasar y que ella me lo acaba de confirmar con lo que le pasó. Esta ciudad de noche se pone medio pesada. Me da la razón mientras prende un Virginia Slim y va a cargar la Sube rengueando al kiosco de mitad de cuadra. A su vuelta me convida y le digo que no, que a esos puchos solo los conozco, creo de una canción de Estelares, cuando me gustaban, de la época de Ardimos. Saca de la cartera unas flores y quiere dármelas por la ayuda. Le vuelvo a rechazar, me duele la cabeza, hoy el laburo fue una mierda y solo quiero llegar a mi casa a dormir. Y antes que eso mandarle un mensaje a Flora diciéndole que tiene que escuchar el estribillo que tengo que estoy seguro que le va a gustar.
Riéndose, me dice que unas flores o un porro no se le rechazan a nadie. Le digo que si no hiciera lo que tengo ganas, sería igual a todos. Nunca quise ser igual a todos, de pendejo siempre me pareció re aburrido.
Mientras para el Ko Ko, se da la vuelta y me saluda. Cuando empieza a subir, me dice que tengo razón, que ella nunca quiso ser igual a todos.
-¡Yo siempre quise ser mina, nene!.
El bondi aguarda en el semáforo y sigue su camino con ella sentada en el primer asiento.