jueves, 13 de julio de 2017

El día que conocí a Slash

El loco me había caído bien de movida. Habíamos estado una tarde compartiendo un taller de cocteleria y al final cambiamos los teléfonos. Cuando me estaba yendo me grita que aguante un minuto y me invita a su cumpleaños unos días más adelante. Facu, mas copado imposible.
Como yo andaba medio boludo y en esa época mis eneros eran demoledores en mi trabajo, colgué con la fecha de invitación y la premisa: fiesta de disfraces. Unos días después, camino a casa recibo su mensaje. Si me acordé, si voy a ir. Me pone en compromiso y como me quedaba medio de pasada, le contesto que voy un toque.
Ahí voy. Solo con chupin, remera de Morrisey algo gastada y las zapatillas de las que mi vieja siempre me pregunta si algún día las voy a tirar.
Cuando voy llegando, afuera esta el típico hombre vestido de mujer, una mujer policía y una enfermera. Al parecer nadie se jugó con los disfraces pero yo no puedo decir mucho.
Adentro no conozco a nadie y por lo que se ve, Facu le cae bien a todo el mundo, no sólo a mi. Todos lo abrazan. Me dice que tome lo que quiera, aunque un par ya salieron de tomarse todo del baño.
Allá en un rincón esta la cocina con un freezer que tiene todo. Esos vinos de colores y birras en cantidad. Exploro un poco y rescato un buen gin y una tónica perdida. Si Facu como buen entendedor de bebidas había escondido su perlita, yo se la había encontrado y ahora mismo se la estaba por abrir.
Mientras me preparo mi gin tónic dos chicas al lado se besan como la última vez, la imagen es re porno, pero no quiero mirar mucho para no quedar como un calentón.
Me quedo un rato ahí, sentado en la mesada y llegan dos chicas para suplantar a las que se besaban que se habían ido.
"Buuu, Morrisey", es lo primero que me dicen. Me río y les digo que pensé que la música que ellas escuchan ya no existía mas. Están disfrazadas de Axl Rose y Slash y tienen un descoque envidiable. Axl es rubiona y el pelo le va bien. Slash tiene peluca a lo Slash, arito en la nariz y lentes. Todo a lo Slash, salvo por que se ve que va mas al gimnasio que a la facultad. Para el infarto.
Facu se acerca para este lado y se apreta un poco con chica Axl Rose. Me la presenta y también a Slash, que resulta ser su hermana. Le digo que ya estuvimos hablando un poco de música. Me había contado que su novio tiene una banda. Yo la conocía, me había roto los oídos unos días atrás en la Vinoteca Perrier. Le digo que me parecen unos perros. Se ríe y me dice que les tenga paciencia que recién empiezan. Le pregunto por su novio y me dice que no está, que siempre esta con la guitarrita y a veces se aburre. Por lo poco que hablamos, me parece que a Slash hay que seguirle un poco el ritmo y empiezo a entender un poco el amor de su novio por su guitarra.
Alguien apaga un poco las luces. Hay buena música pero al parecer ahora se viene la pachanga. Hay uno disfrazado de lata de pintura. Si, lata de pintura. La rompe por donde se lo mire y al parecer esta endemoniado. Es el alma de la fiesta. Baila Lia Crucet como en su mejor noche. Hay que apenas verle la cara para saber que es su día. Que hoy lo toco la varita mágica.
Me acodo en un rincón y tiro paso de a ratos. Slash ya se me quedo definitivamente al lado. Era una época de mierda para mi, andaba asexuado después de una separación y mis amigos pensaban que ya había pasado un tiempo considerable y debía activar. Me estaba poniendo viejo.
El tema era que Slash imponía. Un hueso difícil para volver al ruedo y aparte yo ya estaba medio puesto. Caigo en una frase de Fran, que dice que siempre tuve suerte con las chicas. Que tuve poco pero bien.
Todo lo bueno de la fiesta empieza a terminar, algunos se van afuera. Otros se duermen en el sillón y el dj abandonó y ya pone el tema que le gusta el que pasa por ahí. La cosa se pone mas aburrida que película de bondi de larga distancia y decido irme.
Por alguna razón, cuando empiezo a despedirme de Facu y de algunos con los que había hablado, se acerca Slash y me dice de seguir la noche. Que espere afuera. Automáticamente pienso que se viene otra historia para contarle a Fran y a mi hermano. Ya los imagino agarrándose la cara.
En fin, me estaba yendo a casa con una mina disfrazada de Slash.
Nos vamos acercando a mi departamento y en la esquina, mi vecino, el que tiene ese espíritu inquebrantable para sacar a mear a sus perros a las 4 AM nos saluda en tono burlón. Como yo soy medio boludo me persigo con su saludo mientras pasamos frente a la comisaría, lo único con gente a esa hora.
A la mañana cuando se levanta me pregunta.
- Me voy con o sin peluca?
-Con peluca. Top.
Bajo a abrirle, afuera el día parece que va a pintar para playa.
Se vuelve y me choca los cinco, mientras un auto le toca bocina a la pasada.
A Slash la cruce un par de veces una cervecería con su novio.
A Facu un par de veces por la plaza. Pero creo que ya no me saluda igual.

martes, 20 de junio de 2017

Los estados

-          ¿Cuándo una mina te dice que se va a bañar, te lo dice para que te calientes?
-          Puede que tengas razón.
La pregunta de Fran es rápida y concisa, pero le digo que no, que todos a veces lo hacemos sin esa intención, como algo natural. Obvio que no le vas a contar a alguien que vas a estar sentado en el inodoro con el diario 30 minutos. Lo que para algunos es natural también, pero digamos que lo de la ducha es un poco más.
Para que entienda un poco y no se la crea tanto le cuento que hace un tiempo yo me veía con una chica que era la histeria en pinta. Que por supuesto la conoce. Pero resulta que ella cuando fumaba se volvía tres veces más histérica, lo que a mi hacia que se vuelva menos interesante que comprar un libro en un supermercado. Digamos que hasta una histeria me bancaba. Y se ve que cuando nos escribíamos y yo le comentaba que debía pegarme un baño para salir para el laburo, ella suponía que no quería mensajearme más con ella. Y me lo decía. Después de unas semanas cuando supe que nada más pasaría ni quería, a cada cruce de mensajes, bien en el medio, tiraba un “me voy a bañar”. Fue un santo remedio hasta que por fin todo se apagó.
Distinto era cuando me escribía con ella. Me pasaba como cuando voy a recitales y quiero que algunos temas no se terminen nunca, o cuando hablo con mi hermano. No quiero que me corte, no quiero que se vaya a trabajar, no quiero que ninguno de los pibes que acompaña en su trabajo lo llame, porque de verdad siempre tengo ganas de hablar con él. Nunca se lo dije, ni a él ni a ella. Sin embargo, si le dije a mi hermano las cosas que no le dije a ella.
Si pudiera decirle algunas cosas, le diría que siempre trataba de llegar antes a la Plaza Mitre porque me gustaba verla a caminar a la distancia, que cuando me descubría por ahí, sentado en el pasto cerca de la calesita y se empezaba a reír vaya a saber uno porque, era descubrir exactamente porque yo me adelantaba a su llegada. Que tengo algunas imágenes de primavera hablando de lo que sea mientras los profesores de fotografía paseaban a sus grupos de estudiantes por la plaza. Que sé que si escucha el tema “El verano” de Bandalos Chinos, lo querría bailar conmigo tipo 3 AM en Liverpool y en clave de pop. Que sude más que cuando el avión va a despegar cuando caminando por la costa, creo que frente a la fábrica de Havanna o por ahí, me pidió agarrarle la mano.

Después de no verla por un tiempo yo había pasado por todos los estados, sin caer en la banalidad de los que hacen de las redes sociales una telenovela de su vida privada. Esos cansan tanto como los universitarios que parecen creer que son los únicos que estudian. Me aburren más que los periodistas de rock. Aunque me había dado cuenta de una cosa, el no estar triste había hecho que deje de leer y escribir un poco, bastante. Entonces me empecé a inducir con un par de temas de esos que te hacen sentir la peor basura del mundo para generar ideas, pero como leer me gusta demasiado, tuve una idea poco atractiva que es antes de irme al trabajo dejar un libro en el piso junto a la puerta para que a mi vuelta, tuviera la obligación de levantarlo y de esa manera sabía que de mis manos no se iría al menos por un rato.
Yo había vivido un par de meses en una habitación prendida fuego, de ese fuego que dejo rastros de cenizas que hacen ruido cuando uno las pisa y todas esas cosas horribles. Me sacaron a flote un par de moqueadas delante de mi hermano y los buenos deseos de mis amigos que rara vez comprenden el embole que estoy pasando donde vivo ahora. De a poco se me está haciendo cuesta abajo llevar adelante esa parte. Y les avise que en un rato hare le bolso para enfilar por ahí.
Hace un tiempo, antes de irme de viaje, me escribió. Casi sin querer, reconocí su número, cosa que generalmente no memorizo, es más, creo que el de mi mama y el de mi hermana son parecidos o algo así. Deje un tiempo el mensaje ahí, sin abrir. No sabía que podía decirme, jamás habíamos vuelto a saber del otro. No era algo que estaba en mis planes.

Solo leí, agradecí y les mande un saludo a su hermana y a su abuelo. Por alguna razón yo tenía el triunfo de mi paz en mis manos. El haberlo hecho todo. Cuando llegue a casa, la puerta empujó un libro, era Trayendo a casa todo de nuevo de Casas. Ese título fue toda una señal, mis pensamientos no habían estado tan errados.

miércoles, 1 de marzo de 2017

Rubén, el cheto

-Me pego por puto. Por puto y por -pobre me dice mientras se toca la cara en busca de donde están los golpes más certeros -. Ese es el Rubén, el de la camioneta blanca que esta ahí. Bah, en realidad lo conozco por Yamila, pero sé que llama Rubén. Ya es la segunda vez que me pega, pero se la tengo jurada y lo voy a cagar bien a trompadas. Todo porque tiene plata, nos pega a un par. No solo a mí.
Le pido que se levante y se tranquilice. Rubén, que apenas había avanzado unos metros, frena la camioneta a mitad de cuadra, abre la puerta y grita algo. Mientras me agarra del brazo para levantarse, meto la mano en el bolsillo del saco y le doy unos pañuelitos descartables para que pueda secarse la sangre que empieza a salirle de la nariz. Estoy algo nervioso, no sé qué puede hacer ese tal Rubén, si dar la vuelta a la manzana en la camioneta y seguir el bardo o que.
Del brazo la llevo a la garita del Ko Ko y la hago sentar. Desde la esquina nos miran unas cuantas personas que están fuera de la funeraria tirándole agua con una botella a un nene en pañales que está sentado en la vereda en esta que noche derrite las calles.
Le pregunto si acaso quiere ir hasta el hospital que está enfrente a que la vean o al menos a contarle lo que le pasó al policía que está en la puerta.
-¿Vos te pensas que el policía me va a ayudar?. Soy puto y estoy cagado a trompadas. Esos no ayudan a nadie.
Pregunta que hago de traje a las 10 de la noche. Le digo que recién salí del laburo. Que si, que es raro, pero me gusta lo que hago. Quiero saber a dónde va o al menos si va a estar bien. Me quedo sentado en la garita mientras se acomoda la remera y busca maquillaje en el bolso. Le cuento que por esta esquina nunca me gusta pasar y que ella me lo acaba de confirmar con lo que le pasó. Esta ciudad de noche se pone medio pesada. Me da la razón mientras prende un Virginia Slim y va a cargar la Sube rengueando al kiosco de mitad de cuadra. A su vuelta me convida y le digo que no, que a esos puchos solo los conozco, creo de una canción de Estelares, cuando me gustaban, de la época de Ardimos. Saca de la cartera unas flores y quiere dármelas por la ayuda. Le vuelvo a rechazar, me duele la cabeza, hoy el laburo fue una mierda y solo quiero llegar a mi casa a dormir. Y antes que eso mandarle un mensaje a Flora diciéndole que tiene que escuchar el estribillo que tengo que estoy seguro que le va a gustar.
Riéndose, me dice que unas flores o un porro no se le rechazan a nadie. Le digo que si no hiciera lo que tengo ganas, sería igual a todos. Nunca quise ser igual a todos, de pendejo siempre me pareció re aburrido.
Mientras para el Ko Ko, se da la vuelta y me saluda. Cuando empieza a subir, me dice que tengo razón, que ella nunca quiso ser igual a todos.
-¡Yo siempre quise ser mina, nene!.
El bondi aguarda en el semáforo y sigue su camino con ella sentada en el primer asiento.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Cuando todas las hojas del bosque ardían debajo de mi cama

Ayer empecé a escribir sobre mi viejo. Ahora está un poco mas gordo, por mas que hace dieta y sigue las indicaciones del médico. Tiene una buena cantidad de pelo, cada vez más canoso. Y a diferencia de lo que yo creía, con el paso del tiempo está ganando una ternura insostenible. Me llamó mas veces en lo que va del año que en toda su vida. Me habla como grande y ya no me trata como un nene. Lo quiero cinco veces más así. Lo extraño, aún cuando lo recuerdo comiendo de manera apurada. Extraño muchas cosas, pero también dejé de pensar en otras. Algunos momentos se me fueron en envueltos entre mis sábanas y mi pelo revuelto. Otros con el paso de los días y las charlas a la distancia con mis amigos.
Olvidé casi todo lo de ella que me había encandilado, sus muecas, sus adorables malhumores por la mañana. Porque eran así, adorables. No es que haya pensado sólo en lo malo, aunque razones no me falten. Sólo que me di cuenta que despareció justo ahí, cuando todas las hojas del bosque ardían debajo de mi cama. Se volvió invisible, esquivándole a las respuestas, a mis ganas de verla. Y eso que yo podía mirarla por días, volverme loco por sus uñas prolijamente pintadas o comerme las gomitas amarillas y verdes, las más feas, para que ella se comiera las ricas.
Dejé de ser reacio a muchas cosas, aprendí a disfrutar los silencios y el doble cuando nos quedábamos sentados frente al mar.
Hace unos días me fui a conocer un lugar acá a unos 100 kilómetros. Me fui temprano en un micro, que ya de por si va poco por ahí y un poco menos los domingos. Me dejó a eso de las 8, en el medio del viento y el pedregullo al lado de la ruta. Caminé hasta unos cuantos metros hasta el lago Ramos Mejía y parado en medio del frío y bajo las nubes oscuras, me sentí muy solo. Todas las preguntas juntas de todo este tiempo se hicieron presentes ahí, en ese momento. Metí las manos en los bolsillos y me largué a caminar, esperando que el sol empezara a hacerme el día un poco mas amable. Llegué hasta el faro y me preparé unos mates mientras sacaba mi libreta de la mochila para empezar a escribir estas líneas sin ninguna certeza. En ese momento la extrañé como el primer día. Me acurruque en el frío y me acerqué al agua para mojar un poco mi tristeza. Después de haber recorrido el lugar, la tarde me encontró durmiendo bajo un árbol abrazado a mi mochila. Ahí bien cerca de donde las lanchas le pasan a toda velocidad por los costados a los veleros.
Soñé que Fran me acompañaba a buscarla. Cruzábamos un campo hasta llegar a una casa de dos pisos, que jamas ví en mi vida. Él me dejaba en la puerta y me deseaba suerte. Al entrar mi viejo estaba tomando mate y leyendo el diario mientras ella bajaba lentamente las escaleras, con su sonrisa de siempre. Mi viejo me pasaba un mate, un pedazo de pan y me regalaba su mañana mas alegre mientras yo lo observaba. Empezábamos a charlar y me perdía en sus palabras mientras ella pasaba al lado mio dejándome su perfume pero sin perder la atención hacia mi viejo. Me despertaron un par de ruidos, unos nenes corriendo con un perro negro, flaco y hocicudo y el festejo de unos pescadores al sacar una trucha.
Entendí que debía quedarme con los que quieren lo mejor para mí y terminar de mutar para sentirme bien. En ese instante llamé a mi viejo. Tenía llamadas perdidas de él. Cuando le pregunté que andaba haciendo me contestó que estaba sentado en casa,  tomando mate y leyendo el diario, que me había llamado varias veces, que tenía ganas de verme y hablar conmigo.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Las máquinas

Suena el timbre. Nadie puede tocarme el timbre acá. No me conoce nadie. Atiendo el portero y una voz me dice que tengo que dejar el edificio por una presunta fuga de gas. Juro que no entiendo bien. Mi mente va más allá y se me aparece la imagen de Guillermo Andino comentando sobre una nueva modalidad de robos en el noticiero de las 7 que ve mi vieja. Imagino algo como: joven es engañado y desvalijado, yo hablando sobre lo que me paso y los del otro lado de la tele diciendo "que boludo, ¿cómo no se dio cuenta?". Entonces voy a bajar a ver que onda. Parece que ya les avisaron a todos y nos juntamos en el ascensor. Me hago el caballero y dejo bajar primero a los que están ahí. Soy de los que supone que va a morir, pero no de esa forma. Quedo parado frente al ascensor y aparece mi vecina del “C” un poco bastante en pelotas haciéndome comentarios que supuestamente hay olor a gas y que ella ya sospechaba. Nunca nadie se da cuenta por anticipado, pero una vez que te avisan sos re pro y un experto gasista, de hecho, te crece un poco el culo y si te agachas se te ve  la raya y hasta hablas con propiedad.
Como el ascensor va a tardar mil porque son varios los pisos, mi vecina me tira charla. Repito, está casi en pelotas y me es un poco imposible mirarla porque tengo vergüenza de que piense algo o que. Todo ese tema esta medio susceptible, yo soy medio morochito con algún rasgo talibán y eso me suma un bonus de supuesto violador - depravado y  como a los negritos nos culpan más fácil que a los blancos, me cuido de todo. Cuando al fin viene el ascensor y se abre...lean esto: no hay nadie. Son 6 pisos bajando con mi vecina, yo mirando para arriba imaginándome camiones y todo tipo de máquinas como cuando era chico. Estoy más transpirado que cuando mi vieja me mandaba con polera a gimnasia en la primaria. Si el ascensor no baja mas rápido creo que voy a empezar a hacerme bolita y terminar en un rincón en el suelo.
Abajo están todos y todos opinando. Saludo a un par y a un loco del quinto con el que me cruzo siempre y es buena onda. La mayoría de los viernes a la noche me lo encuentro tomando fernet en el ascensor. Creo que el flaco debe tener un fetiche con eso o algo por el estilo. Siempre me invita un trago. Nos vamos a un costado y nos sentamos en unas escaleras que hay al lado. Le digo si acaso no es lo mismo estar acá que adentro del departamento en caso de que pase algo. Me dice que sí y me marca a la vecina en pelotas que ya calentó a medio plantel de los que estamos ahí afuera. Yo la cheteo y me pongo los lentes de sol que tengo en el bolsillo del traje que ni siquiera tuve tiempo de sacarme. Mis amigos me gritarian "Macri" cheteandola asi, seguido de "Macri gato". En ese momento bajan 3 de la camioneta de Camuzzi vestidos como si en lugar de una supuesta fuga hubiera un ataque de Bin Laden. Todos se agolpan y las viejas más exageradas se empiezan a preguntar si vamos a pasar la noche en nuestros departamentos. Yo estoy medio cagado de frio porque por acá la primavera todavía no apareció  pero mi vecina sigue ahí, sin siquiera moquearse. Empiezo a sospechar que es descendiente de Rolando Hanglin, ese ser que por cualquier razón se ponía en pelotas creyéndose vanguardista, con una novia oriental, al mejor estilo Willy Vilas, tan marplatense como la salsa golf. Creer que Rolando Hanglin es vanguardista es como pensar que el pelotudo de Coco Silly representa al macho argentino. La mina se sienta a nuestro lado y nosotros nos hacemos los desentendidos. En ese instante, supongo que Facundo Arana le hubiera ofrecido su abrigo o algo asi y pensándolo mejor, antes hubiera escalado el edificio sacándonos uno a uno por la ventana. Es el hombre elegido por la bondad para volverse material, el hombre más bueno del mundo, dirían por ahí. Pero nosotros seguimos avasallados, nos sentimos atropellados. Me parece que somos de los que cuando vemos la tv decimos “mira que mina” para sentirnos más hombres, pero en realidad parece que somos de  los que queremos al lado una mina tan buena como nuestra abuela. Capaz somos nenes de mamá. La mina se para y mira al sol con sus pezones marcados en la remera como dos corchos del mejor Rutini y nos pregunta: “chicos, ¿no tienen calor?”.

viernes, 28 de octubre de 2016

Una mujer así

Volví a leer a Casas. Cuando termino cada uno de sus capítulos, solo digo que no esperaba menos. Fui a comprar su nuevo libro con Florita, que vino de visita por tercera vez, ahí en el shopping, que es el único lugar donde hay una librería por aquí. Me atendió la chica de la otra vez, la de lentes grandes que no conocía a Girondo, aun trabajando en una librería. Tiene el pelo más corto y se tiñó de colorada. Como mis compañeras cuando iba a la secundaria y ese color estaba de moda. A la vuelta, mientras se avecinaba el temporal que se quedó por dos días en la ciudad y caminábamos bajo la lluvia, le conté a Florita que todavía no sabía porque mis viejos se habían elegido. Me gustaría preguntarle a mi viejo como hizo para conquistar a mi vieja. Como es que le dio bola, como se hace para conseguir una mujer así, como es eso de estar más de cuarenta años junto a alguien, de despertarse todos los días sin decirle que te cansaste de verle la cara, saber que elegiste la persona correcta. En definitiva, como se hace para conseguir una mujer así. Acostumbrarte a los humores, olores y mañas del otro. Que la mayoría de las mañana de té sean lindas, que siempre tenga frio para poderla abrazar. Capaz que eso es amor. Yo al amor le tengo terror, soy alto cagón. Al amor y a la muerte. El amor me da miedo de una manera que me paraliza. La muerte,  en algún momento llegará, pero la quiero bien lejos. Mientras las calles empezaban a inundarse, Florita protestaba por sus mocasines mojados. Mis zapatillas no podían más. Bajando la loma, cantábamos Entre los cuerpos de Mi amigo invencible, mientras cruzábamos miradas en la parte que dice El desvío me trajo hasta acá.

viernes, 14 de octubre de 2016

Bonusgalaxia

Llegué exhausto por las horas de viaje. Me bañe y quede a la espera de White, sentado como un niño, asustado por la inmensidad de la ciudad, ahí afuera debajo de unas plantas. Ese iba a ser a mí entender, uno de los lugares más frescos que tuve durante mi estadía. Hay unas bicis, un lavamanos con unos azulejos azules y un limonero que cruza desde su casa hasta el hostel. Un perro que no para de ladrar y un gomero gigante que parece no tener fin, como ese que esta por Defensa en San Telmo frente a un estacionamiento. Como soy medio pelotudo y estoy en otro país, tengo la esperanza de que el perro ladre en otro idioma o algo así. Siempre pensé esas cosas de chico. Lo último que hablamos con White antes de venir es acerca de una mina que conoció, que habían quedado en salir y se pinchó. Ella acusó que estaba de capa caída, lo que a los hombres nos hace suponer varias cosas: que todavía le revolotea el ex o que a veces las minas son medio complicadas y esta capaz no se había depilado. ¿Vieron que esas cosas para ella son como letales?, hasta te puede cagar una salida. Me contó que esta buena y tiró un dato interesante. Labura ayudando en los cajeros automáticos de los bancos. No puede no estar buena. Las minas que laburan de eso siempre lo están. Es un axioma más de mis amigos que compro a ciegas.
Aprovecho la espera para conectarme y decirle a mi hermano que llegue bien. Que saldré a conocer. Llega White enfundado en sus lentes de Wally, chocamos los puños, nos damos un abrazo y nos metemos de lleno a las subidas y bajadas de Santa Teresa. Todo tiene un color tan pintoresco que me hace sentir bien cómodo. Llegamos hasta las escaleras de Selarón, donde hay fotos obligadas y me culpo por tener un celular tan básico. Miro alrededor y es como si el arco iris hubiera bajado a esas escaleras. Nos perdemos en los colores hasta llegar por primera vez de muchas veces a la Casa da Cachaca. Un barcito chiquito donde la gente ya está tomando cerveza bien temprano y nosotros vamos a seguirlos. Tienen un listado de cachacas interminable. Me vuelvo loco leyendo, le mando fotos a mis amigos que encontré una carta de bebidas como la que me quería encontrar. Nos sentamos en la vereda y le comento a White que estoy sin trabajo y recién separado, lo que a prioiri suena como una dupla indestructible. En realidad hay una punta de un laburo en el sur, pero todavía nada en concreto, supongo que irme seria bien de cagón. Mi barba acentúa lo que le dije y nota cierta dejadez en mí. Le cuento que traje unas canciones en el cuaderno para que le ponga guitarra y un par de relatos a medio terminar porque aproveche las horas de viaje para poner algunas ideas en el cuaderno, pero que en conjunto ya tiene nombre, se van llamar algo así como Mi favorita en el mundo, o parecido. Que ya tengo listo uno que se llama Cien burros contra mil robots por una ocurrencia de mi sobrino hace dos días, pero que al parecer, quedara en el medio de algunos capítulos. Las canciones creo que están buenas, fueron escritas para ella y las estoy balbuceando porque no se cantar y si lo hago, lo hago mal. White lo hace un poco mejor pero creo que a ninguno de los dos nos da. Entonces prefiero que él le ponga la guitarra y yo hacer las bases con la compu y demás y que la cante otra persona.
Mientras damos otras vueltas y vemos pasar al bondinho, White me va diciendo los sí y los no del lugar, con las precauciones de rigor. También asegura que debemos ir al bar de Gómez y al mercadito porque cierra a las 7. En realidad después descubriría que el bar de Gómez se llama de otra manera, pero para todos es el bar de Gómez . Entonces hacia el mercadito vamos medio apuro. Después de que conocí el bar de Gómez, supe que sería uno de mis bares preferidos para siempre. Y eso que tengo un par de bares encima. Era lindo llegar y que digan: llegaron los argentinos, así con una sonrisa bien grande y que sepan la carta de cachaca de pe a pa, comentándote las características de cada una. Me volvía derretible. Todos los mozos eran de antaño y seguramente tenían mas años trabajando allí que los tengo yo, y al parecer, la camada nueva, porque había algunos jovencitos, habían entendido de manera optima el legado, porque todos juntos, viejos y nuevos, estaban simpáticos y sincronizados todo el tiempo.
En el mercadito compramos unas pizzas para hornear y birra en cantidad. Cuando agarré las pizzas sentí algo concreto: que me iba a cagar de hambre ahí mismo o dentro de 20 minutos, pero mire bien, y era lo único confiable. Las salchichas estaban algo grises y el que corta la carne no se sabía bien si te iba a atender o te iba a acuchillar. Entonces morimos con las pizzas. Nos hacemos locales en la cocina y se suma Gusta. Me toca cocinar. Bueno, en realidad meter las pizzas al horno y estar a cargo de la música. Metemos un par de verduras conocidas que también compramos como para hacer bulto. Cuando subo el volumen, aparecen 3 chicas saludando y preguntando que escuchamos. Parecen chilenas pero no, son de Mendoza, como White. A favor, hablan el mismo idioma. En contra, solo una escucha lo que escuchamos. Me quedo hablando mientras cocino y me pasan unos mates, unas birras, unas birras y unos mates. Todo junto. Si bien ya llevamos un tiempo hablando no sabemos nuestros nombres. White le grita desde atrás a la que está hablando conmigo, que lo está haciendo con el Monkey kid. Entonces me da la mano y me dice: Monkey kid, soy Florita. Florita, por lo visto, es la única delas tres que al parecer no es de las que lee el horóscopo o que se siente bendecida o enferma en las redes sociales. De movida coincidimos en algo. Tenemos un tatuaje a la misma altura en la parte de atrás del brazo, y los dos pensamos que Gusta tiene un aire a Juan Darthes. Esta vestida como se visten las minas pop de ahora, como con ropa de los ´80. Tiene buen estilo. Se podría decir que la piba tenía un bonusgalaxia con la ropa. Es como si hubiera agarrado lo mejor de los ´80 y lo de hoy y lo hubiera mezclado, quedando así, casual. Le gusta Las ligas menores y la pone mal igual que a mí, el tema Renault fuego.
Las invitamos a comer y no tienen pinta de viajeras de hostel. Acentúa lo que pensamos cuando Florita dice que estuvo alojada en el hotel cajetilla que trabajabamos con White,  mientras nos muestra algunas fotos de luhares que conocemos bien de cerca. En una aparece el pianista, mi querido Preto, un ser que tiene de zen lo que tiene de zarpado. White dice que no hay más histérica que mina mendocina, lo cual me da a entender que no tuvo un desempeño feliz en lo sentimental durante su estadía en Cuyo. Me da cosa preguntarle si la puso poco por ahí o que. Pero todo suena a que le fue mal. Gusta, anuncia hippies con Osde, pero dice que son copadas y hace una exhaustiva metáfora sobre la relación entre viajeros y viajeras, pero cierra el círculo en que son copadas. Me gusta cuando divaga. Se pone en off, como cuando mira los documentales esos que tanto le gustan. Llega una alemana y White me tira al oído que está más buena que un choripán a las 6 de la mañana, yo me hago el boludo y asiento medio de costado. Nos invita a una fiesta latina abajo del barrio, así que por lo que se ve, deberemos bajar al centro después de comer. Se suman un par más. Nos agrupamos. Somos de todos lados y los idiomas se mezclan entre los ruidos de las motos que nos pasan así de finito. El calor es insoportable, aun siendo las 11 de la noche.
En la famosa fiesta latina somos los únicos latinos. Como con German tenemos una amistad re linda y también muy boludona, le mando mensajes de audio diciéndole que estoy en una fiesta latina con el tono de Latino Solanas, el personaje de Capusotto. Tenemos suecas y holandesas frías bailando a nuestro lado. Yankis de tiradores sentados que solo filman y unas japonesas que por suerte no bailaron, porque las vimos cuando querían empezar a intentarlo, y eran malísimas. Le ponían menos onda que mina sin estado de Whatsapp.
Me siento bien. White me abraza y me dice que es lindo verme por ahí. Corre la pista como un wing nervioso sobre la raya y vuelve una y otra vez con un par de cachacas. Lo conozco cuando se está poniendo en pedo. Quiere tirar una del Kun Agüero y encararse a una rellenita que le sonrió mientras venia hacia nosotros. Es un borracho melancólico. Seguro ahora en un momento va a decir que me quiere y que extraña a Flor, con quien compartía ruta hasta hace poco. Tira una sarta de palabras inflamables y un par de abrazos. Me pide que disfrute. Que me limpie la cabeza. La fiesta, de latina no tiene nada. Están unos tipos tocando un funk furioso, con un set de vientos implacable. La fiesta es súper plástica, como las de la tele. Me quedo parado mirando a la banda porque la verdad que son altos músicos y suenan más que bien. Nos sentamos y las mendocinas piden unas caipirinhas de rigor. Florita me cuenta que están de paso, que estarán solo dos días y siguen viaje. Le digo que tendré la mañana libre porque White y Gusta trabajan y me ofrezco llevarlas hasta el único lugar que se llegar por el momento: la escalera Selarón, que quedará a unas 10 cuadras del hostel. Tengo buena memoria para las calles, de tal modo que German en Capital alguna vez me apodo Guía T, en honor a esa guía para los recién llegados a Baires. Les avisa a sus amigas y quedamos a las 9 en desayunar y salir. Se hacen algo de las 3 AM, yo estoy reventado y empezamos la vuelta. Hay gente como si en Marpla fueran las 7 de la tarde de un 21 de enero.
En la vuelta, Florita me supone indie por mis ropas, que llevo muy poca debido al calor. Me pregunta que me gusta y que no. Le digo que no me gusta la gente de perfil alto, que pide las cosas de mala manera y los que entre amigos, cuando llega la cuenta dice, yo tome media cerveza y gaste $17,23 contando centavo por centavo. Que me gusta la gente que se tira al pasto, que canta las canciones que le gusta y que no finge ser nada más de lo que es. Cuando termino de decirle, por alguna razón mientras subimos hacia el barrio tengo la suerte de que mis zapatillas se desaten, nos atrasamos unos metros y avanzamos apenas algunos más. Quedamos últimos con los chicos del grupo ya cruzando la calle. No, no, que nadie suponga chamuyo. En ese momento, cruza una moto, se baja un tipo con casco y apunta con un arma a White y a cualquiera que se cruza. Si, están a punto de robarnos, y de fea manera. Yo solo tengo ganas de gritarle: Che loco, déjame una. Estoy separado, no tengo laburo. Me vengo a no sé qué acá y me queres afanar?. Pero no me sale nada por el momento. Me quedo helado, nunca supe que reacción tendría ante una situación así y por suerte tengo una rápida, pedirle a Florita que empecemos a correr para atrás. Tengo igual de guapo que de cagón. Les grita a sus amigas. El tipo se vuelve a la moto y se va sin hacer nada. Pasa delante de nosotros y nos mira. Me tiembla el cuerpo. Caminamos todos en silencio las cuadras que nos separan del hostel. Linda bienvenida a mis vacaciones. Estoy con una racha interminable. Intento un chiste malísimo, y todo sigue en silencio. Soy alto boludo.
Nos sentamos en la escalera de la entrada y nos sentimos seguros. Me agradece mi reacción y me cuenta que es psicóloga, y que si bien todos suponen que esa clase de personas tiene un plus ante las situaciones, me dice que esta vez la tapó el agua. Le cuento el porqué de mi estadía allí y que vengo de comerme una mentir tras otra en la cara. Que me canse de que me hicieran sentir mal y que me prometí estar bien. Que estaré un par de días y después seguiré viaje al norte, a Ouro Preto a morirme de calor un rato. Que estuve un rato en San Pablo y es un monstruo. Ella me cuenta de su novio o algo parecido. Me tiro en la hamaca paraguaya con una cerveza en la mano. Me dice que si me voy para el sur, no viviré tan lejos de donde ella vive y en ese caso, promete una visita porque su cuñado va y viene por la zona y se puede enganchar ahí. Le digo que estaría bueno. Que ahora quiero dormir. Le deseo que siga bien su camino y que nos mantengamos en contacto, por si no me levanto temprano para llevarlas a donde quedamos. Pasa Gusta y dice que dejara medio porro en la cocina para quien lo quiera. Voy hasta la heladera y agarro una lata de cerveza que quedo a mi nombre. Mientras subo a la habitación, Gusta sale del baño y va hasta la cocina, se vuelve y agarra su medio porro.